Cinco picotazos le dio
y le arrancó la vida.
El sol rojo de un faro fue testigo.
En el borde de la tierra
hacia el Sur,
donde lo más alto y lo más bajo
se besan.
Un ser humano, sin jefe que lo mande,
hacía otra vez esos dibujos en el aire que ellxs hacen
-es algo vital, seguro- decimos.
Pero todavía no sabemos bien para qué lo hacen.
Solamente nos quedamos mirando
cuando ocurre,
sin poder evitarlo.
No entendemos cuál lógica
mueve sus brazos, su pies, sus manosalas,
ofreciendo esas formas
locas y juguetonas
que nos hipnotizan.
Agarradas nuestras patas de cualquier cable
y haciendo equilibrio,
les miramos.
Con nuestros picos desde el aire,
así sin más,
reímos.
Volamos más cerca para entender mejor,
pero no hay caso, che.
Es fantástico.
Cuando termina el espectáculo
picamos del suelo algún bichito,
les silbamos "piiiiiio piiiiii!"
y seguimos viaje
en el viento.
Ese día el sol rojo de un faro
fue testigo.
Un humano horrible
de pecho amarillo,
de otra especie que no vuela ni es feliz,
un carroñero amargado
sin belleza en sus garras,
odiando la alegría del artista
y la nuestra,
de cinco picotazos
así sin más
nos dejó
sin su vuelo.
Ya vamos a ir en bandada sobre esos humanos
de pechera y pistola, carroñeros...
Y cagarles con ganas en sus cabezas
y sacarlos carrrrpiendo con pico y plumas
y recuperar la alegría de nuestras calles.
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